martes, 16 de octubre de 2012

Lutherapia (Les Luthiers, 2012)

No suelo hacer reseñas aquí de los (pocos) conciertos a los que voy, pero me apetece dejar constancia de esta tarde que estuve viendo a Les Luthiers y divagar un poco. Soy un fan (moderado, pero completo) de LL, cuyo magnetismo es innegable. Genios de la música, del calambur y del teatro, el otro día (para enlazárselo a un par de personas) recuperé un largo artículo introductorio que hice sobre ellos hace ¡7 años! Demonios, cómo pasa el tiempo. Son adorables, entrañables y la ocasión de asistir a cada nuevo espectáculo es un honor. Sobre todo, si todo resulta tan imprevisto y maravilloso como en esta ocasión. Verás:

Hace un par de semanas, estaba yo a punto de cerrar el chiringuito, el bar donde trabajo, que me había tocado ir a abrir a mediodía, cosa que odio. El resto del fin de semana lo tendría libre, porque me habían regalado una entrada para ir a ver a Bad Religion y a Extremoduro (vi poco más) a uno de esos macrofestivales de extrarradio. Pues estaba como digo ya con la chaqueta en la mano como quien dice, e iba a agarrar el cierre para marcharme felizmente a mi casa a preparar la mochila y el instrumental de pogo, cuando se acerca un señor y me dice que si se puede tomar algo o ya estoy cerrando. Como soy de natural servil, decidí decirle que venga, que total me daba igual, que pasara. Al tipo le pareció un detalle lo mío, y debía estar especialmente desprendido, así que de pronto se presentó, me dijo que era el manager de Les Luthiers, y que si quería dos entradas VIP para este "Lutherapia", que escogiera el día. Sé que así contada la anécdota desluce un poco, pero es que en los días siguientes la conté como unas treinta veces a todo dios con el que me cruzaba: ¿qué posibilidades hay de que venga a tu curro un tipo, que simplemente por tener el detalle de atenderle a última hora, quiera compensarte, y sea el manager de Les Luthiers? Fue bastante alucinante. Yo le regalé una copia de mi fanzine de música, donde por supuesto mencionaba a LL; y es que ya digo que, sin ser un fanático de base (como un colega que yo me sé, que ahorra durante meses y ha perdido la cuenta de las veces que les ha visto), para mí no son un grupo cualquiera, sino unos genios, unos tipos muy especiales, a los que seguiría puntualmente como un deadluthierhead si yo no fuese tan miserable. Solo les había visto otra vez, creo que fue con "Los premios Mastropiero", y también fue gratis aquella, regalo de familia.

Sea como fuere, le estaré muy agradecido a este hombre y a la Bendita Contingencia durante muchos años. La doble invitación, además de las dos butacas (centradas y en la fila 7 nada menos), incluía un paseo previo por el backstage, donde tenían montada una breve exposición de algunos de sus instrumentos más característicos: el genial nomeolbídet, un latín, una reproducción del mítico bass-pipe a vara, la mandocleta o la estrella del nuevo show, el bolarmonio, un complejo y aparatoso conglomerado de vientos afinados como dos escalas de piano, que se accionan apretando unas pelotas naranjas de goma. Luego nos dieron un ágape y una barra libre a toda leche, un poco raquítico todo, y un obsequio también un poco pobre (lo que más ilusión me hizo fue una reproducción en plasticurri de todo un premio Mastropiero, que tengo aquí delante en un estante). Amén de la privilegiada localidad (que es lo que cuenta, claro), la verdad es que el dineral que habían pagado los fans VIP no sé yo si merecía la pena (creo que rondaba los 150€). Pero nosotros estábamos tan felices con nuestra pulsera especial, talmente como los anormales de "Wayne's world" con el pase de prensa para el concierto de los Kiss al cuello.
La cuestión, que no lo había dicho (a quién le importa) es que había invitado a venir conmigo a una persona muy importante en mi vida ahora mismo... de aquella manera. Así que entre la inmejorable compañía, toda la trama de la obtención de las entradas, la francachela y las dos cervezas por minuto previas, estaba tan obnubilado que se me había olvidado el espectáculo en sí; que empezó de repente cuando estaba pensando en otra cosa. Y también lo vi, claro.

Sucede que estos señores llevan más de 45 años sobre los escenarios, llenando por cierto al 100% un teatro mediano durante sesenta días cada vez que vienen a Madrid, por ejemplo. La audiencia de esta troupe de culto, en serio, no tiene mucho que envidiar a los grupos más grandes del mundo. Pero debido precisamente a su dilatada trayectoria y a su edad, me da la sensación de que los mejores gags de LL ya los han hecho en sus primeros discos (los que escuchaba en casette de chaval, que son una obra maestra). Y "Lutherapia", en algunos momentos puntuales, con esos señores tan mayores haciendo gala de un humor tan blanco (o peor aún cuando se internaban en sus dobles sentidos picantes), resultaba ligeramente geriátrico. No se me entienda mal: es por poner alguna pega. LL son unos genios indiscutibles, unos músicos de primerísima fila y "Lutherapia" una maravilla que no decepciona a nadie. Solo trato de ser visceralmente sincero y ceñirme a las sensaciones que me produjo ver a Mundstock correteando por el escenario como un niño o a Núñez abriéndose de piernas para llegar a la nota más alta del bolarmonio, que levantaban carcajadas condescendientes. Es notable, o será que yo estoy en mitad de alguna crisis extraña, que las avanzadas edades de los miembros de LL se han convertido en una parte ineludible de su idiosincrasia, para bien o para mal. Por lo demás, observar a este puñado de virtuosos al piano o al latín es un privilegio, una maravilla. Y aunque la estructura del nuevo espectáculo no me volvió loco (me gustaba más el formato "carpeta roja" con Mundstock desgranando la caótica vida de Johan Sebastian Mastropiero que este invento tan argentinísimo y ligeramente pedante de la psicoterapia para introducir cada número), los números nuevos, como siempre, son de una brillantez mayúscula.

Mi número favorito, sin duda, fue Rhapsody in balls (Handball blues). Un magistral boogie-woogie para piano y bolarmonio que daba ganas de levantarse de la butaca, quemar cosas y lanzar sostenes. Como escarpias. También me parecieron geniales Paz en la campiña (Balada mugida y relinchada), Aria agraria (Tarareo conceptual) y El flautista y las ratas (Orratorio), donde echan el resto en lo que a juegos de palabras y cacofónicos se refiere, y un descojono Dilema de Amor (Cumbia epistemológica). El número final (antes del bis "fuera de programa", que fue el grandísimo Ya no te amo Raúl (Bolera)) quedó un poco raro y alargado, con una historia de exorcismo y herejía pero en la que estrenaron otro instrumento informal maravilloso e inolvidable, la exorcítara, una gigantesca lira con luces fluorescentes y sonidos de ultratumba. Una tarde inolvidable.

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