martes, 16 de octubre de 2012

Andrew Bird's Bowl of Fire - Thrills (1997)

Squirrel Nut Zippers es uno de mis grupos favoritos de todos los tiempos. A cualquiera que le guste la música norteamericana, a la fuerza le tiene que fascinar la música que se hacía allí en los años 20. Y entre los cientos de bandas de revival y neo-swing que recuperan estándares de entonces (con Royal Crown Revue, probablemente los más famosos internacionalmente del gremio, a la cabeza), me quedo con los desaparecidos SNZ, que supieron aunar lo mejor de los sonidos de los ballrooms de principios de siglo, actualizarlo y, además, transformarlo, sin abusar del bandatributismo sino ciñéndose sobre todo a anacrónicos y deliciosos temas propios. Una mezcla perfecta de swing, dixieland, boogie, ragtime, jazz, folk rural, Delta blues, big-bandismo y ciertos arrebatos de rockabilly; pues no en vano en alma de SNZ, James "Jimbo" Mathus, es un tarado con un pasado en el garage más sucio (aunque su último disco, "Blue light" (2012), es pausado y hasta aburrido, entre el blues y el country ortodoxo). Supongo que el secreto estaba precisamente en "Jimbo" Mathus, que basta verle las pintas o en acción un minuto para presuponer que pudiera tener más cabida en una banda de costroso punk californiano que en aquel finísimo combo de revival de Carolina del Norte. "Jimbo" aportaba una frescura, un exotismo y una mala leche que hace que le de mil vueltas a cualquier otra banda similar de su generación, y coloque a SNZ en las antípodas de las miles de bandas de fiestas de pueblo o bar de carretera que se dedican a estos menesteres. Si "Jimbo" era el alma del grupo, Katharine Whalen aportaba la dulzura y la elegancia. Y mucha gente no sabe que el violinista residente y miembro honorífico de la banda durante mucho tiempo, fue Andrew Bird. Él es quien toca ese violín desatado, o quien hace los coros por ejemplo en una de sus obras maestras, Ghost of Stephen Foster, buen ejemplo de lo que era capaz esta poderosa banda (aunque siempre que pienso en ellos vuelvo una y otra vez a la extrañísima atmósfera de ese blues ancestral perfecto que es St. Louis Cemetary blues).

Pues se conoce que Bird tenía muy dentro el gusanillo de sus cameos entre los chicos de la superbanda SNZ, y en los descansos, así como después de su disolución, se convirtió en frontman de su propia banda de revival del folk americano de comienzos del siglo XX, esta vez desde Chicago, nada más comenzar su (insulsa) carrera como solista, que le ha llevado a ser considerado hoy una estrella internacional del folk. Por más que lo he intentado, yo no he conseguido verle la gracia a las docenas de discos de Andrew Bird en solitario. Y hace poco me enteré (dónde estaría mirando) de la existencia de los tres discos de Andrew Bird's Bowl Of Fire, y llevo una buena temporada escuchándolos una y otra vez. La carrera de Bird no me interesa, pero siempre tiene en la recámara este maravilloso proyecto, como si se negase a aceptar la idea de que SNZ ya no existen. Y yo que se lo agradezco. Porque creo que AB'sBOF me gustan lo mismo, o más.

En "Thrills", de hecho, Bird acude a "Jimbo" Mathus durante todo el álbum (ya sea tocando la guitarra como el banjo, el piano o el trombón), y en tres de los cortes invita a cantar a la deliciosa Katharine Whalen. Y el resultado es ni más ni menos que una extensión de SNZ, con menos vientos y alboroto y más variedad dentro del espectro del folk. Y con la característica voz y las peliagudas letras de Bird. Canciones como Eugene, Gris-gris o Ides of swing bien podrían estar entre el repertorio de los Squirrel.
Un año después, en los estertores de SNZ (1998), publica "Oh! The grandeur", que incide en el swing y el novelty jazz sin estridencias (maravilloso Candy shop que abre el CD, con diseño de portada de Chris Ware), aunque abusa un poco de los medios tiempos y la pose de crooner.
El tercer disco de este proyecto hasta la fecha es "The swimming hour" (2001), y parece que el estricto revival folk ha dado paso a otra cosa. Mucho más divertido que Andrew Bird, dónde va a parar; pero estos temas, sin dejar de ser maravillosos ni de incidir en los sonidos marca de la casa (Two way action o 11-11 me vuelven loco) no te transportan tanto a los años 20 y 30, que era la gracia. Esto es más pop grandilocuente con violines y batería con escobillas, pero pop contemporáneo al fin y al cabo. ¡Yo quiero más del ABBOF SNZ-esco!

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