sábado, 20 de abril de 2013

"Un bebé" (Rafael Fernández "Ezcritor", 2012)

Nada más terminar de leer "20 polvos" me puse con "Un bebé", la primera inmersión en la ficción total de Ezcritor. Es una novela de terror y náusea, desquiciada e infecciosa. La primera parte (inspirada al parecer en las explicaciones que dio el padre del autor a éste, muchos años después de haberle abandonado de niño) narra el devenir de un matrimonio, el de Rafael y Mayte, de cómo un hombre trabajador consigue atesorar una gran fortuna en las Islas Afortunadas, y todo lo que sucede hasta su violento fallecimiento. Mientras tanto, asistimos a un conflicto soterrado entre seres poderosos que conocen secretos y que en ocasiones tienen que decidir a quién revelárselos, o a quién matar. En EEUU, Ronald Reagan está a punto de ser asesinado justo antes de reunirse con Michael Jackson. Un aficionado a la literatura de Borges se ha comido un aleph, y está a punto de tomar las riendas de la Existencia, sustituyendo al cruel bellaco de Dios. A todo esto, en el instante en que muere el protagonista del relato, Rafael, nace un bebé. Un bebé que posee todos los recuerdos de Rafael y muchas habilidades adultas, un bebé reencarnado y encabronado cuyo único objetivo es vengarse de su viuda y todos sus familiares, con toda la crueldad posible. Contará con la ayuda del asesino caníbal Issei Sagawa (al que pilla justo cuando acaba de empezar a comerse a su compañera de clase, cortándole todo el rollo), de sus poderes mentales y de un hambre de venganza inusitado. La novela es un menjurge pulp, incorrecto y deslenguado, en el que conviven personajes reales con seres infernales, caníbales con dioses, fanáticos religiosos con canarios. Al cóctel se añaden las mismas fantasías, obsesiones e intereses recurrentes del autor (y del hombre en general: las mujeres-objeto, sus vaginas, sus tetas, hacerlas daño, abusar de ellas, tratar de entenderlas) que ya monopolizaban sus diarios secretos, y permanecen también su estilo visceral, el ritmo trepidante y una imaginación voraz e inestimable. Algunos episodios, con tanto volantazo, tanta fantasía desatada y tanto giro argumental, se me hacían un poco crípicos, pero en general la historia me ha entretenido y satisfecho.

Me había olvidado comentar que a lo largo de la narración se intercalan fotografías y un buen puñado de cómics, breves historietas que añaden detalles en forma de flashbacks o incursiones paralelas en episodios de la vida de los personajes secundarios de la trama. Los dibujantes son Mónica (el mismo ¿tío? que dibujaba aventuras de erotismo fantástico en El Víbora), Yeray Fuentes y Rocío Galindo. El dibujo de los tres es fantástico (los guiones son también de Ezcritor), y los tebeos aportan imaginario visual y salvajismo gore al texto. En conjunto, el libro ilustrado es un objeto aún más bonito.

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