No he podido esperar a ver en pantalla grande la nueva entrega de Edgar Wright y Simon Pegg, acompañados de sus habituales amiguetes y colaboradores, exhortado por una tarde libre de furiosa lluvia sobre los tejaditos que veo por la ventana que está al lado de mi pantallón. Como no estoy muy obsesionado con estar al día de la actualidad cinematográfica, recuerdo que me enteré del estreno de
"The world's end" viendo el trailer en la MTV, una tarde de hace meses que estaba tomando unas pintas en un irlandés de Carabanchel. Allí dentro de pronto me dieron las dos de la mañana y me di cuenta de que no tenia forma de volver a casa, y me quedé a dormir en casa de un tipo al que no conocía de nada. Un martes. Qué aventuras tan tremendas, necesito un biógrafo. En fin, que estaba en un pub irlandés bebiendo Guinness viendo un anuncio de lo nuevo de estos magos del celuloide británico, y la película, en un principio, es un alegato precisamente de la vida rural británica, de pub en pub durante un reencuentro de colegas décadas más tarde para rememorar una apuesta inclumplida, y completar la Milla Dorada a través de los 12 pubs de la localidad ficticia de Newton Haven. Doce pintas de cervezas caseras a lo largo de las 12 entrañables tabernas del pueblo de su infancia. En el primer intento, los cinco mosqueteros (Simon Pegg, Nick Frost, Paddy Considine, Martin Freeman y Eddie Marsan) tuvieron que abortar la misión debido al abuso de sustancias. Veinte años más tarde, el líder de la pandilla, Pegg, que apenas ha madurado desde entonces y sigue igual de fiestero, fullero y alcoholizado, se propone rematar la faena y reúne a sus colegas de la infancia, todos ellos hoy en día acomodados empresarios o ejecutivos a los que en principio no les apetece demasiado dejar a la familia en casa y correrse una juerga. Como no podía ser de otra manera en los autores de
"Shaun of the dead",
"Hot fuzz" o
"Paul", lo que parecía que iba a quedarse en una cachonda, melancólica y maravillosa
buddy movie rural se transforma de repente en una orgía de violencia, ciencia-ficción y conspiraciones milenarias.
"Hot fuzz" está demasiado arriba en mi ranking, pero en
"The world's end" todo tiene tanta gracia, tanto corazón y funciona tan bien que se convierte en una de las mejores comedias de los últimos tiempos, y mi favorita en lo que va de año. Al margen de los efectos, las risotadas y los impecables diálogo y guión,
"The world's end" es un soberbio ejercicio en torno a los placeres y los riesgos de la nostalgia (y de la farra), y una prodigiosa historia de amistad, amor, bofetadas y marcianos en la bucólica campiña inglesa.
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