Los 100 primeros números de The Amazing Spider-Man, los que se comprometió a escribir el viejo Stan Lee, son una obra maestra. Algo irrepetible, un muestrario de aventuras, romance y humor de la vieja escuela, que sentaron las bases no solo del MU, sino de buena parte de la ficción norteamericana posterior. Aunque Lee y Ditko (y luego Romita) no inventaran nada, sino que se dedicaron a aplicar años de aprendizaje y funcionariado. Pero ahí estaba casi todo lo importante relacionado con Spidey. Leer las primeras apariciones de Mary Jane, Kraven o Kingpin emociona; su palpitante relación con la ciudad y sus habitantes, sus simplistas pero verosímiles problemas con la policía, con los ingresos o con su identidad... Todo esto resulta mágico. A Stan Lee se le echa de menos desde entonces, y su marcha coincide más o menos con la segunda colección, Marvel Team-Up, que es otra cosa, en la que el alter-ego humano es practicamente desactivado aquí en favor del desfile de personajes de todos los rincones del MU. Hasta que llega Chris Claremont, prácticamente estos tebeos son paja. Entretenidos pero olvidables (con excepciones divertidísimas como el "mes del editor asistente", y esas historietas que empezaron a teñir a Marvel de un sentido del humor único; eran los tiempos de Crazy Magazine, de FOOM, de la Merry Marvel Marching Society, de personajes absurdos como el Hombre Rana o Spider-Kid...). Gerry Conway, Tom DeFalco, Roy Thomas, Archie Goodwin y algunos otros intentaron mantener el nivel, pero la verdad es que muchos de los tebeos del 101 al 200 practicamente los he olvidado. Una y otra vez repitieron los mismos esquemas y los mismos enemigos clásicos, y la vida de Peter Parker está bastante estancada. Destacan la presentación de Morbius, el Castigador o la Gata Negra, pero a menudo recurren a personajes místicos o aburridos e insignificantes gángsters. Por no hablar de la historia del clon. Lo que más me sorprende de toda esta época es el trabajo de Ed Hannigan, un dibujante absolutamente impresionante (sobre todo su tratamiento eisneriano de los objetos, los edificios y el rimo secuencial), al que apenas conocía. Y la evolución de Jim Mooney, también fascinante. El increíble trabajo de los Romita o los Buscema habían soterrado el talento de estos tipos a mis ojos.
Los ochenta volvieron a Peter Parker mucho más divertido y a su entorno más loco, y son estas historias, narradas a caballo entre Amazing y Spectacular, las más interesantes. El desastroso nuevo piso de Parker, decorado con los objetos sobrantes de sus amigos y ex compañeros de clase, se parece bastante, desgraciadamente, a mi primer piso de soltero. La señora Muggins, su casera, es un coñazo y sustituye a los argumentos coñazo del JJJ expulsando baba de puro odio irracional hacia el protagonista (trama que por suerte ha sido olvidada, desde la llegada del mucho más sensato editor del Bugle, Robbie Robertson. Las alegres vecinas de Parker que toman el sol en la azotea, su vecino majara aficionado al country, los amigos de tía May (que decide montar una residencia en su casa de Forest Hills, Queens... que en mi cabeza está muy cerca de la de Joey Ramone), el nacimiento de Capa y Puñal, la reconversión de MTU en Web of Spider-Man (en la que Peter Parker ahora sí que existe), la genial invención del traje simbionte (Jim Shooter le compró la idea de cambiar de traje, para variar, a un aficionado, y la puso en práctica en la Secret Wars, sin pensar en las consecuencias. Al final decidieron alejar a Parker del terrorífico traje viviente, y que se quedara con dos pijamas para ir intercambiando, uno negro y otro rojiazul), el gigantesco paso del descubrimiento de MJ de la identidad secreta de Parker, los mil y un nuevos compañeros de trabajo, vecinos, amigos, conocidos, familiares, novias de sus viejos amigos, niños o policías que le admiran en secreto... Esta época en la que estoy ahora inmerso es fabulosa, y autores como Peter David no paran de proponer situaciones, nacidas de la mera lógica, a las que nunca habían enfrentado al personaje. Es una delicia.
Pero los ochenta en Marvel, son también sinónimo de macrosagas. Jim Shooter se inventó el concepto en 1984. Aquel invento, tan sencillo como cruzar a varios personajes en una misma cabecera, que a día de hoy es tan habitual (e incluso una auténtica plaga y un hándicap si uno quiere seguir tranquilamente una colección), se le ocurrió al inefable Shooter, con aquella legendaria saga de 12 números que enfrentó a Patrulla-X, Vengadores, 4 Fantásticos, Hulk y Spider-Man contra un puñado de sus respectivas némesis supervillanas, en un planeta lejano. Aquel invento revolucionó la industria. Fueron los tebeos más vendidos de la historia de Marvel hasta la fecha, y en España también supusieron todo un fenómeno. En el patio de mi colegio se hablaba de ello, y los muñecos de Secret Wars eran mis objetos favoritos (y también los de Super Powers de DC, y sobre todo los G.I. Joes, pero esa es otra historia). Ya había leído posteriormente la Secret Wars, antes de este apretón de ahora (en 2003, un amigo al que ofrecí apoyo en un complicado momento personal, me regaló, sin venir a cuento, el tomo recopilatorio verde, y me hizo mucha ilusión), y ya había podido comprobar lo flojo y ridículo que resultaba todo, visto con distancia y con otra madurez cultural. SW fue un experimento, y sobre todo una excusa para vender juguetes y dibujos animados. Como historia es floja, y lo único que aportó a la posteridad fue el traje simbionte, y todo lo que se le ha explotado hasta hoy mismo. Y además es uno de los trabajos más flojos y desganados de Mike Zeck. Bueno, excepto por esta portada, que debería colgar en los museos:
Pero fue tal éxito de ventas, que Shooter se empeñó en sacar una segunda parte. Corrigiendo los errores de edición de la primera miniserie (principalmente, que mientras que la serie se publicó durante todo un año, el resto de colecciones cuyos personajes estaban implicados se publicaron en paralelo, y sus consecuencias más importantes, como el traje negro de Spider-Man, la renuncia de la Cosa o la incorporación de Hulka a los 4-Fantásticos, se trataron en sus colecciones correspondientes sin que nadie entendiese nada). Así que Shooter se inventó también el concepto del crossover. Esta vez, SWII duró solo 9 meses, pero implicó a muchos otros personajes que el público había echado de menos en la saga espacial, y decidió que lo que sucedía en cada número de la cole principal, se estiraría en las series correspondientes de sus personajes, de forma que el macroevento histórico, que fue publicado en España en una única colección (ya que por entonces Forum no estaba ni mucho menos al día, y publicaba apenas una pequeña parte del material americano) de ¡50! números. Acabo de terminar esta 50ª entrega, dejando un poco de lado la lectura cronológica y exclusiva de Spider-Man, y me he tragado hasta los protagonizados por Power Pack o Los Campeones. SWII me pilló a mí con 8 ó 9 años, y me entusiasmó. Releyéndolo ahora por segunda vez, tantos años después, ha sido un buen mazazo. Me pareció una idea fantástica y emocionante conocer por fin al Todopoderoso, el ente "invisible" que había liado todo en la primera miniserie, y que además llegase él a nuestro planeta por su propio pie, para conocernos a los humanos en nuestro terreno. En la línea de Los Papalagi, "Sin noticias de Gurb" o Cosas de marcianos, el Todopoderoso es mostrado como un ser invencible, magnánimo, una idea que incluso me aterraba un poco de pequeño, al ver cómo repelía el ataque de todos los superhéroes Marvel posibles con solo chasquear los dedos. Arrugaba el tejido espacio-temporal como si fuese papel-cebolla, o transformaba las cosas con solo pensarlo. Resulta muy gracioso (no lo recordaba) pensar que su aspecto humano es fruto de clonar el cuerpo del Capitán América (un humano ejemplar), pero con pelo negro y rizado como el de Michael Jackson (o Jesucristo) y vestido como Duran Duran (lo mencionan explícitamente, no es cosa mía). Qué tiempos tan horteras, los ochenta... Mola cómo Shooter conduce todo esto, lo de ser un pez fuera del agua, un Balki Bartokomus repleto de poder, pero inocente y ávido de conocimiento, que se desespera porque quiere sentir el amor verdadero, la codicia, el odio o el miedo a la muerte, y en su periplo cuasi-evangélico está a punto de destruir la Realidad (y con ella todo el Universo) varias veces. Pero, deteniéndome en los detalles ahora, la verdad es que muchos momentos de SWII son bastante penosos y ridículos (como cuando la noticia de que se ha sentado a pensar encima de una piedra, abre todos los telediarios del planeta... ¡un tipo anónimo! ¡la prensa no sabe que es el Todopoderoso!; o sus melifluas coñas con la era Reagan o Star Wars). Qué no hubiera sido de esta saga, en manos de guionistas contemporáneos más curtidos e inteligentes, como David, Claremont, Byrne o hasta la siempre sorprendente Louis Simonson. Por cierto, que cuando yo era joven detestaba profundamente a los dibujantes sucios como Al Milgrom, Klaus Janson o Bill Sienkiewicz, y con los años uno aprende también a apreciar su trabajo. Otro de los artistas de esta primera mitad de los ochenta que más me ha sorprendido en esta relectura es Bob McLeod. Me consta que alrededor del nº 300 de Amazing es cuando aterrizan en la franquicia los fan-favorites Erik Larsen y Todd McFarlane que me volvieron loco de adolescente, pero a estas alturas (recuerdo que voy por AS275) estoy descubriendo el talentazo de estos dibujantes que por entonces me resultaban sosos. Y el trabajo que hizo entonces en Spectacular el joven Peter David, años antes de consagrarse (a Byrne o a Romita Jr. sí que les tenía en un pedestal).
Nostalgias y hagiografías aparte, me chifla todo lo que está haciendo Dan Slott (aquí lo he ido diciendo siempre: 1, 2, 3, 4, 5). Que si no lo es ya, probablemente pronto se convierta en el guionista más longevo del personaje. Pero mi intención no era extenderme con todo esto, porque como digo tenía el capricho de sumergirme en esta "gran novela americana" (y sobre todo, una gigantesca y nunca suficientemente valorada oda a Nueva York, y a los sufridos veintegenarios) a mi ritmo, por el mero placer de hacerlo, fijándome mucho en los detalles y en las personas que hacían ese trabajo, y menos en las peleas y los colorinchis que me atraían de niño. Sin apuntes y sin hacer comentarios. Pues en ello estoy, y en ello seguiré por mucho tiempo en la intimidad de mi sillón.
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