Estuve en el Expocómic vendiendo fanzines. La zona de fanzines era un cubículo en forma de pasillo cuadriculado en el que estábamos hacinadas unas 30 personas, por turnos (qué remedio), ubicado incomprensiblemente a tomar por culo del resto de stands. El precio que íbamos a pagar por poder vender los fanzines era, relativamente, el mismo que el resto de empresas, tiendas y editoriales, pero por algún motivo que no alcanzo a comprender se nos había escondido allá donde comenzaba la línea del horizonte, ocultos detrás de una columna de hormigón en una esquina inhóspita camino de ninguna parte, sin señalización de ningún tipo, abandonados como un puñado de vagabundos en cuarentena rescatados de un holocausto nuclear, alejados de la civilización, de las celebrities, de las cámaras, de la vista de los tiburones corporativos de la Industria. De vez en cuando se acercaba algún despistado disfrazado de Naruto con una espada de papel albal, que preguntaba por los retretes o por el último tomo de Zetman. Entiendo que los fanzines no son exactamente o necesariamente cómics (la mayoría de los que había allí, sí); pero también había impresionantes stands sobre videojuegos, juguetes, libros, pulseritas, banderas y hasta un puesto de una empresa de fondues de chocolate ahí mismo al lado de Panini, EDT y ECC Editores por donde pajareaba la marabunta enarbolando sus billetes; entiendo que somos pobres, que no aportamos nada a la imagen de semejante evento mediático de la marcaespaña, pero han hecho un negocio bien majo con los 15 ó 16 cubículos de fanzineros independientes, es decir, que aquí ninguno estaba haciendo ningún favor al otro, así que no consigo concebir ningún motivo para el hacinamiento, el ninguneo y el alevoso abandono en tierra de nadie. Por aquella zona no pasaba casi nadie salvo los colegas, y si pasaba alguien no entendía qué hacíamos allí. A mí me daba la impresión de que siguen invitando a fanzineros y editores independientes a estos eventos por inercia, por corrección política o imagen, quizá porque hay algún nostálgico pesado entre la organización o vaya usted a saber por qué, pero que estos resultamos incómodos, transgresores o peligrosos. Al fanzine debe ser que hay que apartarlo, por tratarse de material contestatario, subversivo y peligroso, al margen, en contra del mercado. El fanzine es ETA. Ahí estaba esa chica tan mona dedicando su tebeo fotocopiado de amor estilo manga, los chavalillos ofreciendo caricaturas
chibi por la voluntad, los incansables titanes de
Rantifuso que son más majos que las pesetas dándolo todo y ofreciendo material a porrillo, o esa chiquilla que había hecho chapas y collares de punto, por no hablar de nuestra fotonovela sobre una invasión de hombres-peces de Sirio pilotando grapadoras gigantes, que debe ser material sedicioso que hay que apartar. Debe ser por eso, por la rebeldía y la desobediencia ultrajante del fanzinero, que estábamos escondidos y hacinados. A la hora de pasar la gorra, por lo visto (yo ya no estaba; en realidad, en honor a la verdad, solo pude ir unas horas el jueves, y no es a mí a quien corresponde la pataleta), querían que abonase cada uno de los responsables de cada stand-dentro-del-stand unos 120 euros. Una barbaridad. Una cosa incongruente y alucinante: pasarse allí docenas de horas durante un fin de semana tratando de vender panfletos fotocopiados a 1 euro, o pulseritas de cuentas de Mario Bros a las diez o quince personas que no pasaban por allí, y tener que abonar una cantidad tan desorbitada. Mi opinión sobre el trato de Expocómic a los expositores de fanzines no puede ser más negativa. Ha sido bochornoso, penoso. Me consta que la gente se ha ido de allí triste y desolada, después de haber invertido tanto tiempo, trabajo e ilusión en mostrar su trabajo, para encontrarse escondido y ninguneado de tal manera, y teniendo que pagar tanto dinero por ello. Una pena. Realmente triste. Y el próximo año picarán otros, claro.
A mí me quedan dos consuelos: que Christian Osuna, otro titán, organizó una mesa redonda en la que tuvieron cabida un montón de proyectos minoritarios e independientes que me pareció preciosa (¡incluso nos invitó a los del
Dramáticas!), y que al final, a caraperro, negociaron a la baja el precio de los stands... Aunque también resulta alucinante que hasta el último momento no anunciaran el precio definitivo.
En fin. Qué pena. Insisto en que no he sido directo damnificado, porque solo estuve unas cuantas horas el jueves, pero mi corazón ha estado todo el fin de semana en esa esquina recóndita del Palacio de Cristal de la Casa de Campo, y me he sentido muy identificado con las víctimas.
Pero yendo al grano, me compré algunas cosas de los fanzineros de alrededor (a ver si comento todas), entre ellas estos tres tebeítos que tenían una pinta estupenda. Se trata de tres libritos de grapa en formato apaisado, que imitan perfectamente el estilo (la portada, la contra, las parodias de los anuncios interiores, la monocromía y hasta la tipografía) de los cuadernillos de
El Jabato,
El Capitán Trueno,
Diego Valor, etc. de los años 50, pero de un tamaño similar a un mando a distancia. Cada tebeo contiene una aventura completa protagonizada por Bernadette, una explosiva rubia que vive con su padrastro y que es azuzada por un demonio pequeñajo que solo puede ver ella, que se le mete en el coño y le proporciona un furor que le obliga a montárselo con el primero que pasa. Una cosa a medio camino, pues, entre un tebeo de
El Jabato y una Biblia de Tijuana, dibujado excelentemente por sus misteriosos autores, Ensis y CoaX, unos artistas tremendos que recuerdan mucho, demasiado, a Mónica y Bea, y que parece que están relacionados con la academia de Carlos Díez. A través de escenas de porno explícito de cachondeo, y adornado por un lenguaje anticuado y barroco, el tebeíto es una delicia narrativa y visual, muy divertido, retro y un objeto de colección precioso. Para adultos, muy
recomendable.
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