No puedo evitarlo: me atraen los subproductos culturales, los discos, fanzines y sobre todo
libros inverosímiles y únicos, los
panfletos curiosos que te ofrecen por la calle, los libros de tiradas ínfimas
que se venden en los bares, la
literatura minoritaria de culto,
cosas ilegibles que me llaman para que las posea. Apenas compro discos originales en los conciertos, los que hacen los amigos
para regalar o los que tienen a la venta en un sombrero los músicos callejeros. De estos no tengo muchos (el del dipsómano flamenco y tuerto que habita un banco de Malasaña y que una vez tocó en la sala Galileo o el de esa vieja gloria de TVE que ahora vende su disco por el Metro, que ahora no lo encuentro ni recuerdo su nombre...). Total, que el otro día viene a mi curro un negro, muy entusiasmado vendiendo su CD, asegurándome que tienen miles de visitas en Youtube, que graba sus propias cosas en casa, que hay que apoyar las iniciativas minoritarias, que lo suyo es un estilo de hip-hop con raíces en una milenaria danza africana y que rapea en inglés, francés y español... como en un chiste. A mí no hacía falta que me convenciera, me tenía en el bolsillo desde el principio, y le di 5 eurazos por su disco. De esto hace en realidad varios meses. Esa misma tarde su disco estuvo sonando bastante rato en mi curro, y esta birria me dejó bastante perplejo. Temas de hip-hop ultracatólico llenas de blasfemias (como
75 bitches, que en serio, es un alegato evangelista), una voz infame y unas bases de Casiotone ochentero conforman un CD de 14 canciones (en lugar de las 6 que indica en la contraportada) totalmente insoportable, chirriante y aburrido, en la línea de cualquiera de las cosas que suenan en el show radiofónico de Joyamayúscula y Frank T. El tipo, majísimo, me firmó el disco por detrás, con una dedicatoria inversa, es decir, con mi nombre dedicándole el artefacto a él, y su teléfono para contrataciones. Hoy que es Halloween igual lo pincho.
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