La segunda inmersión de Neville en el proto-cine negro abandona el expresionismo y las escenas paranormales, desasosegantes, difuminadas de la anterior entrega, y se sumerge de pleno en la crónica de sociedad. Durante la fiesta carnal y pagana, en los alrededores del Rastro madrileño, tiene lugar un terrible asesinato, que le toca resolver a un Fernando Fernán Gómez imberbe. El ambiente festivo y desenfadado anima al cachondeo y el desplante a la autoridad; las prostitutas y los buscavidas campan alegremente ajenos, o acostumbrados a la sangre. Neville arma una comedia negrísima, una oscura tragedia mientras los ciudadanos cantan, se descojonan y conspiran con las máscaras puertas. La fiesta de la delincuencia se desata en Cascorro mientras apenas avanzan las pesquisas. Un ejercicio asombroso de desenfadado costumbrismo con un fondo terrorífico.
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