De pequeñito, estudiando lo poquísimo que enseñan los Maristas sobre ciencia-ficción y literatura de vanguardia, hubo un par de nombres que me marcaron, que se me grabaron como primeras muestras del utopismo y la distopía: “Utopía” de Tomás Moro, claro, y esta obra de Samuel Butler, “Erewhon”, que no significa otra cosa sino “nowhere” al revés, aproximadamente. Inspirado, digo yo, en las grandes novelas de viajes victorianas de Verne y compañía, aquí asistimos al viaje imposible de un adinerado aventurero, acompañado por un sherpa, a través de un paraje desconocido (en la novela no se nos sitúa geográficamente, aunque se deja caer que no estamos lejos de Europa), a través de escarpadas montañas, que le ocupa unas cuantas semanas. Al cabo de ese tiempo, los sherpas, la esperanza y el sustento han avandonado al también innominado protagonista, y por su cuenta y riesgo se adentra en una zona que no aparece en los mapas, donde descubrirá a una tribu ignota que habita al margen del Progreso. A partir de este momento, la novela se convierte en una (lenta, exhaustiva y un poco aburrida, al menos para mí) relación del estilo de vida de Erewhon, sus gentes, su política, sus costumbres, su jerarquía. Un lugar donde las máquinas y el paso del tiempo están prohibidos, donde no existen relojes ni apenas herramientas. Donde ponerse enfermo es un crimen castigado con la muerte, donde no hay creencias sino aplicaciones prácticas. Una utopia decimonónica antimaquinista, un canto a la esperanza trepidante al principio pero que como digo se me fue haciendo asfixiante y aburrido como un almanaque de fiestas y tradiciones de Huesca.
viernes, 4 de noviembre de 2011
Erewhon (Samuel Butler, 1872)
De pequeñito, estudiando lo poquísimo que enseñan los Maristas sobre ciencia-ficción y literatura de vanguardia, hubo un par de nombres que me marcaron, que se me grabaron como primeras muestras del utopismo y la distopía: “Utopía” de Tomás Moro, claro, y esta obra de Samuel Butler, “Erewhon”, que no significa otra cosa sino “nowhere” al revés, aproximadamente. Inspirado, digo yo, en las grandes novelas de viajes victorianas de Verne y compañía, aquí asistimos al viaje imposible de un adinerado aventurero, acompañado por un sherpa, a través de un paraje desconocido (en la novela no se nos sitúa geográficamente, aunque se deja caer que no estamos lejos de Europa), a través de escarpadas montañas, que le ocupa unas cuantas semanas. Al cabo de ese tiempo, los sherpas, la esperanza y el sustento han avandonado al también innominado protagonista, y por su cuenta y riesgo se adentra en una zona que no aparece en los mapas, donde descubrirá a una tribu ignota que habita al margen del Progreso. A partir de este momento, la novela se convierte en una (lenta, exhaustiva y un poco aburrida, al menos para mí) relación del estilo de vida de Erewhon, sus gentes, su política, sus costumbres, su jerarquía. Un lugar donde las máquinas y el paso del tiempo están prohibidos, donde no existen relojes ni apenas herramientas. Donde ponerse enfermo es un crimen castigado con la muerte, donde no hay creencias sino aplicaciones prácticas. Una utopia decimonónica antimaquinista, un canto a la esperanza trepidante al principio pero que como digo se me fue haciendo asfixiante y aburrido como un almanaque de fiestas y tradiciones de Huesca.
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