A estas alturas de la película, no sé quién es el potencial comprador y lector de Superlópez, pero intuyo que somos principalmente mi generación (y si acaso nuestros hijos): una caterva de treintañeros nostálgicos que sentimos hacia Jan un apego, una deuda, una ilusión y una fidelidad casi paternofilial. Seguimos acordándonos a menudo de las tramas y los diálogos que escribía Efepé y que Jan dibujaba, e incluso habrá quien aborrezca de alguna etapa del personaje. Yo sigo pensando que todos los álbumes de Superlópez son interesantes, y de una calidad extraordinaria, pese a sus tics, a su creciente y creciente afán pedagógico y su obsesión con el medioambiente. En unos álbumes resulta más pesimista, cínico, vitalista o esperanzado que en otros, pero el mensaje ya siempre está ahí, y siempre lo estará. Probablemente ya no veremos a Superlópez pegándose de tortas contra otros superhéroes surrealistas, ni enfrentándose a seres mitológicos, sino que cada nueva amenaza estará invariablemente relacionada con el daño que el progreso y la estupidez humana causan a nuestro planeta. Un mensaje ecologista, trascendentalista y enmarcado en el realismo filosófico, que a quienes tenemos los codos pelados de tanto leer y releer historietas de la vieja y entrañable Bruguera, se nos atragantan un poco. Pero el personaje de Superlópez tiene casi 40 años, no hay que olvidarlo, y es normal que el autor evolucione, y que quiera darle un sentido a su obra que la perpetúe, la adapte a los gustos de los jóvenes contemporáneos, y la dote de sentido, que sea una herencia útil que legar al mundo.
En el siglo XXI, algunas de estas obras de corte "social" de Jan se me han hecho realmente cuesta arriba. "Hipotecarión", "Politono Hamelín", "La feria de la muerte" o "El gran botellón" abusan de ese tufillo ecologista, condenatorio, disuasorio casi. Pero que nadie se lleve a engaño, porque su etapa "Pikágoras" está más que superada, y gráficamente estamos ante el esplendor del Jan artista, y sus viñetas no tienen nada que envidiar a la Era Dorada del barroquismo jacovittiano de "El Señor de los Chupetes" o "Laszivia". Y además, Jan sigue contando historias repletas de fantasía, que nos transportan a lugares imaginarios de una estética impecable. Incalculables son ya la cantidad de razas, especies, ciudades, planetas, sociedades, grupos sociales, estilos arquitectónicos, pictóricos, etc. que se ha inventado Jan, cada uno con su particular idiosincrasia, su estética, sus vestimentas, personajes, incluso lenguaje propio. Jan sigue siendo ese demiurgo que rompe fronteras y sigue sorprendiendo formalmente en cada nueva entrega. Y las aventuras de Superlópez siguen siendo un derroche de imaginación difícil de igualar, destacando, para quien no esté al día de sus historietas, obras maestras como "El patio de tu casa es particular" (donde Jaime y Superlópez atraviesan un vórtice en mitad de la Costa Brava que les transporta a la Catalunya carlista más bizarra), "La casa amarilla" (asombroso, hermosísimo homenaje a Van Gogh), "En busca del templo perdido" (puro folletín de aventuras ambientado en Madrid), "La biblioteca inexistente" (un álbum que podría haber publicado perfectamente en tiempos de "Al centro de la tierra")...
En el caso de "El virus Frankenstein", estamos ante una historia costumbrista, sin salir de Bilbao y "Parchelona", en la que tenemos una conspiración urdida al alimón por un extraterrestre (el Dr. Mengelele, rescatado de "Tras la persiana..."), Refuller D'Abastos y el Profesor Escariano Avieso, para enriquecerse a costa del cuento chino de la OMS y la gripe A de los cojones. Aprovechando la Patraña que se ha gestado a nivel mundial, inventan una cura que les sale por la culata, y convierte a quien la consume en un monstruito verde con la boca enorme. Es una de esas historietas más infantiles, didácticas y moralistas, cuyo principal acierto es el diseño de los afectados por el virus, que atiborran los bordes de las viñetas marcando las elipsis, un recurso que hacía años que no utilizaba. Visualmente la historieta es correcta (aunque todos los elementos sorprendentes están en la portada...), y el argumento se podría haber reducido a diez o doce páginas.
"El mundo de al lado", sin embargo, es una de las de cal. En pleno picnic por Banyoles, Juan López se despista y se encuentra un monumento en mitad de una rotonda, con forma de puerta. Gracias a sus superpoderes la abre, y aparece en una dimensión paralela a la nuestra, donde los recursos se han agotado del todo y toda la humanidad lucha por la supervivencia, en busca de un pórtico espaciotemporal que les lleve a nuestra propia dimensión, donde se supone que aún quedan recursos para algunas semanas. Una vez expuesto el mensaje ecologista, Jan despliega todo un universo inspirado en "Mad Max", con punkies marginales parásitos que ni trabajan ni buscan comida (nininis), magistrados crueles que se atiborran y tienen sometida a toda la población, soldados futuristas, sabios que habitan las estaciones de Metro abandonadas, paisajes desolados, decadencia social... Superlópez recorrerá el universo paralelo, presentando a un puñado de personajes inéditos y tratando de poner orden al caos post-apocalíptico de ese mundo vecino mimético en que se refleja nuestro presente.
Uno de los elementos que más llaman la atención del Jan del siglo XXI, es su costumbre de colorear los fondos con tramas, en lugar de colores planos, y añadir fotografías en las viñetas donde aparecen televisores, pósters, marquesinas, pintadas en las paredes, etc. Una vez acostumbrados al el extraño efecto que provoca esto entre sus narizones y decorados de siempre, el invento permite una relectura de los quince o veinte últimos tebeos de Superlópez que se convierte en una búsqueda no sólo de petisos carambanales, sino de referencias y detalles que pasan desapercibidos a primera vista. En "El virus Frankenstein", por ejemplo, sale el Capitán Hispania, 30 años después. Qué bonito...