Albert Monteys es mi dibujante de tebeo humorístico favorito hoy en día. Y tenerlo cada semana en el kiosko, por partida doble o triple, es un privilegio. Su talento es de fuera de este mundo, y con su humor, con cada una de las frases que sueltan sus personajes, conecto de manera diáfana. Lo que pasa es que tengo algunos problemas con Tato. De hecho, aunque compro regularmente El Jueves (no todas las semanas, pero sí a menudo), tengo problemas con casi todos sus personajes. Principalmente, porque la actualidad, la política y la sociedad me importan un carajo, y esa necesidad de parodiar cada semana la realidad más urgente, se me hace cuesta arriba a veces. El mundo sería mejor si tuviésemos una revista semanal llena de historietas de ficción, donde maestros del narizón como Monteys, Fontdevila, Bartual, Jan, Cera, Ramis, Pep, Maikel, Alcázar, Adanti, Rubén Fdez., Peregrina y un puñado más se centrasen en parodiar la ciencia-ficción, el pulp, el cine, el embuste goloso en definitiva. Las diatribas de un joven aplastado por el sistema, dando sus primeros pasos en una relación estable con Lola y asistiendo continuamente a resacas, entrevistas de trabajo y encontronazos en el Metro con sus amigos de Facebook, aún siendo lo que más me gusta de El Jueves, me recuerdan demasiado a mi día a día, y por lo tanto, me asquean un poco. Ojalá Monteys se centrase en Calavera Lunar, Mondo Lirondo y Carlitos Fax. Lo digo por poner pegas. La insoportable cotidianeidad contada por Monteys sigue siendo fascinante. Y acortarla y apuntillarla por las cínicas cucarachas de su cuchitril a pie de página, me parece un gran acierto. En cualquier caso, me carcajeo y aplaudo todo lo que hace Monteys, que es un genio. Hay historietas y viñetas mortalmente divertidas en este recopilatorio, momento extraordinarios, tiernos y una disección paródica de las relaciones sentimentales soberbia. Y me encanta la sitcom paralela de las cucarachas, o cuando Monteys hace hablar a las cosas, los sentimientos personificados de los personajes, las neuronas o los pedos.
sábado, 4 de junio de 2011
Tato: Pasión e invertebrados (Albert Monteys, 2011)
Albert Monteys es mi dibujante de tebeo humorístico favorito hoy en día. Y tenerlo cada semana en el kiosko, por partida doble o triple, es un privilegio. Su talento es de fuera de este mundo, y con su humor, con cada una de las frases que sueltan sus personajes, conecto de manera diáfana. Lo que pasa es que tengo algunos problemas con Tato. De hecho, aunque compro regularmente El Jueves (no todas las semanas, pero sí a menudo), tengo problemas con casi todos sus personajes. Principalmente, porque la actualidad, la política y la sociedad me importan un carajo, y esa necesidad de parodiar cada semana la realidad más urgente, se me hace cuesta arriba a veces. El mundo sería mejor si tuviésemos una revista semanal llena de historietas de ficción, donde maestros del narizón como Monteys, Fontdevila, Bartual, Jan, Cera, Ramis, Pep, Maikel, Alcázar, Adanti, Rubén Fdez., Peregrina y un puñado más se centrasen en parodiar la ciencia-ficción, el pulp, el cine, el embuste goloso en definitiva. Las diatribas de un joven aplastado por el sistema, dando sus primeros pasos en una relación estable con Lola y asistiendo continuamente a resacas, entrevistas de trabajo y encontronazos en el Metro con sus amigos de Facebook, aún siendo lo que más me gusta de El Jueves, me recuerdan demasiado a mi día a día, y por lo tanto, me asquean un poco. Ojalá Monteys se centrase en Calavera Lunar, Mondo Lirondo y Carlitos Fax. Lo digo por poner pegas. La insoportable cotidianeidad contada por Monteys sigue siendo fascinante. Y acortarla y apuntillarla por las cínicas cucarachas de su cuchitril a pie de página, me parece un gran acierto. En cualquier caso, me carcajeo y aplaudo todo lo que hace Monteys, que es un genio. Hay historietas y viñetas mortalmente divertidas en este recopilatorio, momento extraordinarios, tiernos y una disección paródica de las relaciones sentimentales soberbia. Y me encanta la sitcom paralela de las cucarachas, o cuando Monteys hace hablar a las cosas, los sentimientos personificados de los personajes, las neuronas o los pedos.
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