domingo, 19 de junio de 2011

Hobo with a shotgun (Jason Eisener, 2011)


Esta es la historia de un vagabundo armado y hasta los cojones. Un concepto bellísimo, visceral y necesario. Tenía muchas ganas de verla, y esperaba una orgía de sangre y violencia, mala hostia institucional, cerebros de yuppies volando en cachitos por los aires y un festín de tripas a las puertas del Parlament. Para empezar, me he encontrado algo de mucha más calidad de lo que esperaba. Esto es uno de esos productos contemporáneos destinado exclusivamente a amantes del jolgorio psicotrónico y la serie Z, que probablemente careará a quien busque una superproducción al más puro estilo mainstream, pero que sin embargo viene disfrazado de oropel.
Me sorprendió, en primer lugar, la calidad del producto. Parece que no se cortaron en la producción y los efectos especiales, y que esto no es un divertimento de fin de semana. Sin embargo, los guiños al público al que va esto dirigido están ahí: villanos planos, cabezas que explotan como si fueran de terracota, sangre que sale de los cuellos como de un aspersor, frases lapidarias, ceños fruncidos... Esto es como un fumetti italiano de los setenta para adultos, pero a gran escala. Y con una premisa extraordinaria. Lo que sucede es que en el desarrollo de esa idea de una sola línea, ese "sintecho con una escopeta", se decidió meter al personaje en una sórdida ciudad ficticia, poblada exclusivamente de vagabundos, asesinos de vagabundos y policías corruptos que odian a los vagabundos. Y furcias. Un escenario ideal, exento de otra identificación social que no sea la metáfora del crimen sin sentido ni sensibilidad. Como los extras que habitan "Carmageddon", por ejemplo, que no da pena que nadie viva ni muera, que uno no se plantea nada y todos son despreciables. Una Ciudad del Pecado como territorio de caza. Donde yo esperaba una carga dramática y social espeluznante, se optó por la parodia grotesca y exagerada, por el vale todo. Pero estupendo, ¿eh? Mucho más divertido así. Aunque no se echan de menos los momentos frívolamente reflexivos, como el discurso del hobo en la sala de partos o la arenga de la puta co-protagonista ante la masa enfurecida.
Y luego está Rutger Hauer. Con sus ojos lechosos, su rostro crujiente y pétreo, su voz desde la cripta, su presencia abrumadora. Imposible haber elegido a un actor mejor. Rutger Hauer es el vagabundo airado, abofeteado y humillado por esa pandilla de malnacidos que habitan la ciudad ficticia, que funciona como metáfora de la sociedad real, igual de violenta y desagradecida, que se burla y le pisotea. Rutger quiere salir de la indigencia, y ahorra para comprarse un cortacésped. Cuando por fin consigue un puñado de monedas, de la forma más humillante posible, y está en la ferretería a punto de hacerse con la herramienta, otra vez la sinrazón actúa, unos criminales se interponen en su causa, y esta vez ya no puede más, y se convierte en el vagabundo vengador revienta-cabezas que todos estábamos esperando. Una delicia.

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