Paco Roca es sin duda una de las personas con más talento del mundillo del tebeo y del Arte. El tiempo ha puesto las cosas en su sitio, y por fin "Arrugas" (Astiberri, 2007), una obra protagonizada por ancianos en un asilo (quién lo diría) le ha convertido en uno de esos pocos autores de tebeos leídos por gente que no lee tebeos. "Arrugas" se llevó todos los premios del gremio, e hizo aflorar lagrimillas y sonrisas a decenas de miles de lectores. Dos años más tarde, Paco nos regaló "La Ciudad de Arena" (también publicada por Astiberri), otra obra maestra indiscutible, en este caso un cuento borgeano sobre un tipo despistado que está comprando tebeos, perdiendo el tiempo antes de una cita importante que había olvidado, y de pronto se ve inmerso en un universo fantástico del que no consigue salir.
De hecho, parece que nadie es capaz de salir del edificio de infinitas plantas, el Hotel La Torre. Muchos lo han intentado pero nadie logra salir de ese lugar absurdo en medio de ninguna parte. Lo ha intentado el Conde Diógenes, acumulador de recuerdos, que lleva tanto tiempo viviendo que no tiene ya ganas de nada (su vida es como unas eternas vacaciones de verano, y ya sabemos que en éstas nos vence el hastío y todo lo dejamos para mañana); lo intenta todos los días el anciano con el que comparte habitación el protagonista, pero la tarea de asegurarse si tiene la maleta hecha le lleva demasiado tiempo, y continuamente pospone su viaje; Carmen, la recepcionista, tampoco tiene tiempo de nada, aunque sueña cada día con escapar en brazos de un hombre apuesto, como Karen, la protagonista de "Historias de África"; el vecino del piso 66, cansado de esperar, se pasa el día entero metido en un ataúd, esperando alegremente que le lleve la muerte; Rosendo de los Vientos ha viajado ya tanto por el mundo, que no le queda nada más por hacer, y se dedica a diseñar mapas a escala 1:1 del mundo entero; y el señor Rueda, el encargado de mantenimiento, siempre está demasiado ocupado, siempre trabajando de sol a sol.
Sólo la misteriosa joven que reparte el correo, tiene claro que no quiere salir de allí. Como si en la vida real las cosas fuesen mejor. Como si no nos pasásemos el día aferrados al pasado, soñando con un futuro mejor o despreciando nuestro presente. Total, allí se esá mejor que en ningún sitio. Ella se dedica a repartir todo el día el correo, con cartas que escribe ella misma, porque necesita explicarle a la gente lo que siente y piensa.
En definitiva, otra obra bellísima, de una sensibilidad apabullante y que se lee como quien come pan con chocolate. Repleta de guiños literarios (por supuesto, a Lewis Carroll; y a Borges, a Cortázar, a Kafka o a Poe), de personajes deliciosamente chiflados, algunos lugares comunes y muchísima sorpresa e imaginación, que recomiendo vivamente. Como todo lo que hace Paco Roca, que menudo monstruo.
Me ha hecho ilusión encontrarme una pequeña referencia también a los Simpson en una obra de Paco Roca, para poder añadirla a la colección de avistamientos en tebeos no-exclusivamente-de-superhéroes-pero-ajenos-a-los-Simpson. Es una mención pequeñita, discreta, oculta casi, al principio del libro, cuando el protagonista está comprándose la estatua de PVC del Corto Maltés en la tienda de tebeos. En lo alto de la estantería, a la derecha (en la imagen de arriba del todo), ahí está: merchandise de Homer Simpson.
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