Si la Criptozoología deja entreabierta una puertecita a la duda al respecto de los gigantescos seres que podrían esconderse en los lagos, hay una posibilidad mucho mayor de que existan criaturas en mares y océanos, ya que la mayor parte de estos está todavía inexplorada. Podemos dejar volar la imaginación, o podemos remitirnos a seres sobre los que corrieron rumores durante siglos, o que se consideraban extinguidos, y que la Ciencia ha reconocido recientemente. Es el caso del tiburón Megamouth, una rarísima especie de gigantesca boca descubierta en 1976, y de la que apenas se han visto 10 ejemplares en todo el mundo. O del famoso y novelesco celacanto, que se creía desaparecido desde hace nada menos que 70 millones de años, y sin embargo en 1938 se encontró un ejemplar vivo en las costas de Sudáfrica. Otro ejemplo es la avispa marina de Flecker, considerada la más letal y peligrosa de las medusas, que tiene 60 tentáculos de tres metros de largo cada una y acumula veneno como para matar a 60 personas. No, no es una bestia imaginada por Julio Verne o Stan Lee, sino un animal descubierto en 1955 que aparece en todas las enciclopedias.
El criptoanimal más legendario y del que más se ha hablado es probablemente el mitológico kraken. Es decir, el calamar gigante. Durante cientos de años han existido leyendas acerca de fantásticos calamares del tamaño de edificios, que destruían barcos, se enfrentaban con descomunales cetáceos y conformaban ecosistemas enteros de colonias de peces parasitarios. Como si se tratara de Moby Dick, son muchos los marinos que aseguraban haberlo visto, y lo describían dotado de capacidad mimética para cambiar de color, con tentáculos de más de diez metros y superando velocidades de crucero. De hecho, los calamares enanos, los que nos comemos rebozados o en paella, tienen realmente esa cualidad camaleónica, adaptando el color de su piel al del entorno y moviéndose con espasmos a velocidades casi superiores a las que nuestra vista nos permite captar. Adaptar estas sorprendetens habilidades a una escala 1000:1, a un animal que sería el más grande de todo el reino marino, resulta sobrecogedor. Existen testimonios y grabados de este supuesto animal desde hace más de 3000 años. Violento y agresivo, letal y esquivo, con ojos amarillos del tamaño de una persona adulta. Incluso se dice que algunos avistamientos de serpientes marinas gigantes (al estilo Nessie) se explicarían al confundir los tentáculos del kraken sobresaliendo de la superficie con el lomo del anfibio. Incluso a día de hoy existen asociaciones que invierten grandes sumas en el estudio y la búsqueda del kraken, que aseguran que las heridas de muchas ballenas varadas sólo se conciben aceptando la existencia de calamares de más de 20 metros de largo. Sin embargo, los ejemplares más grandes que se han visto, y cuya existencia sí está demostrada, de calamares gigantes, no pasan de los 5 metros, tentáculos incluidos. La costa de Galicia, sin ir más lejos, es un hábitat próspero para ellos. Aunque aún seguimos sabiendo muy poco sobre estos ejemplares, la criptozoología va más allá y sigue buscando al kraken.
Ya he hablado de la avispa marina de Flecker, que pasa de los 5 metros de largo. Pero las leyendas mitológicas previas a su descubrimiento insisten en terroríficas medusas equiparables, en tamaño y en leyenda, al kraken. Las costas del Caribe, en América Central, son un vergel de estos venenosos visitantes, muchos de ellos letales, y son una próspera zona para el crecimiento de leyendas sobre estos peligrosamente hermosos seres del tamaño de un autobús de dos plantas, que plagan los inexplorados fondos marinos.
Al estilo de los monstruos lacustres, también hay avistamientos de enormes serpientes marinas. Anfibios sin extremidades; lagartos prehistóricos que habrían sobrevivido durante millones de años y que navegan ondulando su cuerpo por las latitudes más recónditas de los océanos; enigmas acuáticos que devoran a los marineros y parten en dos a los barcos al emerger de las profundidades. Sobre este críptido en concreto hay centenares de leyendas y testimonios de avistamientos a lo largo de los siete mares. En el Antiguo Testamento, Salmos 104: 24-26, se puede leer: «En este enorme y extenso mar, donde hay innumerables seres, tanto bestias pequeñas como grandes. Allá donde van los barcos, habita un Leviatán que emergerá para enfrentárseles.» (o algo parecido, que la burda traducción es mía).
Aristóteles mencionó en el siglo IV A.C. gigantescas serpientes en el Mar Egeo que devoraban bueyes. Científicos consagrados al estudio de estos seres, algunos ya citados como Olaus Magnus o Erik Pontoppidian, llegaron a asegurar la existencia de monstruos de hasta, atención, 60 metros de largo. Cubiertos de vello y veloces como flechas marinas. En 1848, el capitán Peter M’Quahe del buque Daedalus, de bandera británica, dejó el siguiente testimonio: «Mantenía la cabeza y los hombros 1,20 metros por encima del agua. Carecía de aletas, pero, a lo largo de su espalda, se extendía algo semejante a las crines de un caballo o más bien a una mata de algas.».
Pero como esto está quedando ya suficientemente denso, me quedaré sólo con un testimonio más, acaecido frente a las costas de Brasil a principio del siglo XX, y del que dejaron bonita constancia Meade Waldo y Michael Nicholl, miembros de la Real Sociedad Británica de Zoología, navegando a bordo del Valhala en 1905: «Contemplé un enorme pez o una masa tremendamente irregular surgiendo del agua, de un color pardo oscuro parecido al de las algas marinas. Tendría una longitud de 1,80 metros y se elevaba sobre la superficie unos 60 centímetros. Pude ver bajo el agua, detrás de la masa informe, la sombra de un cuerpo de considerable tamaño. Delante, surgieron una cabeza y un cuello enormes. Este sería del grosor de un cuerpo humano; aquélla, por su forma y por sus ojos, se asemejaba a la de una tortuga. Llegué a ver la línea de la boca, pero el barco proseguía su derrota y cada vez nos alejábamos más. La bestia movió el cuello a ambos lados de modo peculiar; la cabeza y el cuello eran de color pardo oscuro por arriba y blancuzco por debajo». El monstruo volvió a esconderse bajo el agua poco después. En 1924, el marino británico John Lockhart escribía para la revista Misterios del mar: «La mayoría de los testigos coinciden en sus principales características: es un largo animal que recuerda a la serpiente; tiene una serie de jorobas; su cabeza se asemeja a la del caballo; su color es oscuro por arriba y claro por debajo; avanza con movimientos vermiculares; aparece en los meses de verano. Es inofensivo, pues jamás ha atacado a nadie».
Siguiente con la fauna terrestre aplicada a la mar salada, tenemos avistamientos y testimonios de la existencia del elefante marino. Si existe el león marino y la vaca marina, por qué no estos enormes paquidermos proboscídeos, que además sabemos que (los de superficie) nadan de maravilla, iban a desarrollar aptitudes para la vida en los océanos. En la India, donde además es un animal sagrado, hay quien creen en la existencia de Makara, en realidad un híbrido entre elefante y pez, que tiene más de mitológico que de zoológico. Existen tradiciones tales como bailar con la máscara del Makara para aumentar la fertilidad, y todo ese tipo de cosas.
Pero en noviembre de 1922, un terrateniente llamado Hugh Ballance encontró el cadáver de un extraño animal, con cuerpo de pez, restos de vello en su tronco y una larga trompa. En la isla sudafricana de Margate. A este ser lo llamaron Trunko, se le considera un pariente cercano del presunto mastodonte marino, y la Criptozoología lo toma más en serio, mientras no se demuestre su falsedad.
En ocasiones, anónimos ciudadanos aparecen en las noticias de los rotativos locales tras haber encontrado varado en la playa el cadáver de un animal marítimo de descomunales proporciones. El Criptozoólogo Ivan T. Sanderson decidió dar a estos restos críptidos el nombre de globsters. Uno de los avistamientos más famosos de globsters a lo largo del globo fue el pulpo gigante de San Agustín. Encontrado por Herbert Coles y Dunham Coretter el 30 de noviembre de 1896 en San Agustín, en la isla de Anastasia, al principio lo consideraron el cadáver de una ballena. Hasta que se percataron de que las ballenas no tienen tentáculos ni ventosas. Caso muy similar se produjo en la isla de Tasmania en verano de 1960, cuando los aldeanos Ben Fenton, Jack Boote, y Ray Anthony encontraron varado al lado de río Interview, cerca de la aldea de Hobart, el cadáver en descomposición de algo que... Sencillamente no se parecía a nada que hubieran conocido en vida. El globster de Tasmania era algo así como una vaina gelatinosa de entre 5 y 10 toneladas, sin restos de vello ni aparentes órganos externos, si bien sí tenía un orificio en el centro de la "espalda". Después de muchas investigaciones y diversas expediciones llevadas a cabo por las autoridades, se llegó a la conclusión de que aquello era una ballena. Pero el misterio no terminó allí, y en Tasmania se encontraron al menos otros dos extraños globsters marinos indeterminados en las fechas venideras, cuyo origen no se pudo concretar con exactitud.
El fenómeno de los globsters es verdaderamente curioso e interesante, ya que al tratarse de cadáveres de animales, en todos los casos que se han encontrado, ya sean reales o fruto por la picaresca humana, existen pruebas fotográficas. Algunos han quedado envueltos en misterio para la posteridad, como el Bermuda blob (la Cosa de las Bermudas), una masa gelatinosa encontrada en aquella ista en mayo de 1988 por un tal Teddy Tucker, que la describió de forma similar al resto de avistamientos: «extremadamente pálido y fibroso, aparentemente sin huesos, cartílagos u orificios visibles».
Similares seres indeterminados se han encontrado en las costas de muchos otros lugares del mundo. Extraños calamares, pulpos o delfines de tamaño fuera de lo común pero ningún. Pero ningún globster de estos se hizo desgraciadamente tan famoso como el Zuiyo-Maru: un barco japonés que tenía ese nombre, encontró en aguas de Nueva Zelanda, el 25 de abril de 1977, lo que creyeron que era nada más y nada menos que el cadáver de un plesiosaurio. No se trataba de cualquier cosa, ya que este animal, que se creía extinto hacía casi cien millones de años, podría haber cambiado definitivamente la historia misma de la Zoología, y por supuesto la Criptozoología habría dado un paso de gigante. Del plesiosaurio podrían provenir los monstruos del lago en los que tan poca gente creía, podrían explicar los avistamientos de serpientes en los mares... Pero finalmente se descubrió que todo era un error: aquello era el cadáver en descomposición de un tiburón, que asemejaba su forma, al empequeñecer la cabeza y acentuar los huesos, al viejo plesiosaurio. Este es el caso más famoso de lo que se llaman pseudocríptidos: confusiones creadas por la propia naturaleza, o directamente falsificaciones humanas. De similar catadura e igual solución fue el caso de un cadáver de gigantesco tiburón que se encontró en 1950 varado en el golfo de Suez, una especie desconocida que tenía enormes colmillos en la mandíbula superior, y que resultaron también fruto de la descomposición y la erosión del mar, en la boca de una ballena común.
Hay otro animal moderno del que sí parece haber evidencias a partir del siglo XIX, llamado Bunyip, que podría ser una suerte de oso hormiguero anfibio. Habita (supuestamente) en pantanos y ríos de Australia, donde cosas más raras se han visto. Los Buru serían una especie de dragones de Komodo anfibios de mayores dimensiones al que la Zoología finalmente tendió los brazos, natural de la India.
En la provincia de Neuquen, en Argentina, los creyentes hablan de una especie de medusa de río a la que llaman el cuero, que tiene el aspecto de una manta raya pero cubierta de vello marrón. Se trata de un depredador marítimo que aterroriza a los que dicen haberlo visto, que ha matado a un buen número de reses que se acercan a la ribera y que se ha ganado el apelativo de "tigre acuático". La leyenda también dice que habría devorado niños que cayeron accidentalmente al río, y que varios cadáveres fueron encontrados con señales de haber sido atacados por esta voraz manta raya peluda de agua dulce, que rivaliza en peligrosidad y misterio con el chupacabras.
Pasaré de largo sobre esos fantásticos que habitan los mares, tales como las sirenas (que supuestamente en algunos museos de Ciencias conservan disecadas, como ya comenté yo mismo en el viejo artículo sobre la América Profunda), el irrisorio Pez Obispo, que viene a ser un anciano ridículamente disfrazado, Neptuno con su carro tirado por caballos mutantes, los Snorkels o Bob Esponja. Porque es que la gente cree ver todo tipo de animales en las costas, riberas de ríos o bajo el agua. En los últimos años han sido denunciadas terribles ranas que caminan erguidas, alcanzan el metro de alto y atacan a los humanos, en Ohio; unos híbridos entre pez y serpiente pitón negros y letales que habitan cerca del monte Pinatubo, en las Filipinas; cocodrilos también erguidos, como Juancho, en New Jersey; sapos venenosos de hasta dos metros de largo, en China; hombres-pulpo, hombres-lagarto, hombres-rata... Y en definitiva, testimonios que me niego a creer o comentar. Porque una cosa es una cosa, pero esto ya es sencillamente demencial. Quizá los criptozoólogos de Disneylandia se planteen estas cosas, pero yo no estoy por la labor...
Aunque si nos adentramos en el mundo de los avistamientos de homínidos peludos, en ese terreno misterioso de los eslabones perdidos y los híbridos vistos de refilón en bosques, montañas y glaciares, de pies grandes, wendigos, yetis, hombres-lobo, vampiros, cosas del pantano e incluso supuestos visitantes del espacio exterior, pisamos de lleno en otro de los lugares más habituales de la Criptozoología, que en algunos de los casos ha de ser tenido muy en cuenta, y que por supuesto tendrá su revisión en capítulo aparte, en la próxima entrega.
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