Este blog ha cumplido seis meses de vida. Bueno, los cumplió hace tres meses, pero no he pensado en ello hasta esta semana, y se me antoja que ahora es un momento como cualquier otro para echar la vista atrás, apoyar el mentón sobre el puño sobre el regazo, mirar al infinito y recapitular. A ver si me explico, porque es jueves por la noche y me he bebido cinco patxaranes y un mini de cerveza [nota personal: en el mus I. y yo vs. BxP, nos han ganado, los muy perillanes], y probablemente me arrepienta un montón de este texto, si es que lo vuelvo a leer. La reflexión semestral o periódica es lo que se lleva. Y no voy a ser menos, aprovechando que me apetece, y que rara vez me apetece escribir no premeditamente.
La única conclusión a la que he llegado es a que me mola tener un sitio público en el que escribir. Yo soy de esa clase de personas que en la vida han escrito mucho más de lo que han leído, o de esa clase de listillos, mejor dicho. Cuando atravesaba la crisis de los quince, esos años de perenne trempado, llegué a la formidable conclusión de que mi vida estaba llevando un ritmo frenético, que estaba conociendo a fondo a un buen puñado de chavalas, que yo era carne de bar, que todo me sonreía, que los adultos eran en gran medida unos hijos de puta, que me pasaban cientos de anécdotas todos los días, y que no era concebible que los demás también tuvieran tantos amigos y amigas, tantos planes y se echara tantas risas como yo me echaba entonces. Hoy confirmo que estaba equivocado, sí, que la adolescencia me sentó fatal, y por eso los que tienen ahora la edad que yo tenía entonces me caen bastante mal. Pero entonces decidí escribir un diario en toda regla. No se lo he contado a casi nadie. Así, siempre que tenía tiempo, me sentaba delante del Word como quien se sienta ante el panel de control de una nave espacial, y me contaba a mí mismo en secreto, para la posteridad, lo que había hecho durante la semana, a quién había conocido, en qué sitios me había emborrachado, las cosas que me había comprado, las películas que había visto, o lo que fuera. Amores, problemas, alegrías, anécdotas, viajes, secretos de alcoba. En definitiva, me aficioné a eso de sentarse delante de una hoja en blanco (en este caso, en el ordenador, ya lo he dicho) y dar la bienvenida a ese cosquilleo, ese fulgor, esas ganas de contar cosas como si estuviese escribiendo la biografía de un gran hombre, cuando en realidad lo que hacía era alimentar mi propio ego cuando nadie más me lo hacía. Al mismo tiempo, tenía la costumbre de llevar al día al menos cuatro listas de Excel, con mis canciones, mis películas y mis tebeos, lo que me proporcionó una digitalización estupenda, por encima de la media, que al menos me ha servido al afrontar la "edad adulta".
¿A qué venía todo esto? Creo que lo contaba porque el hecho de estar solo ante el ordenador escribiendo lo primero que te viene a la cabeza es una sensación que me es habitual desde hace unos doce años, así a ojo. Y de repente van e inventan Internet, el Blogger, el Haloscan y esto y lo otro, y a millones de entusiastas es como si nos hubieran inventado los zapatos, que corremos allí y nos hacemos un huequecito, una chabolilla en Internet, fenómeno que ya he dicho que a mí me parece fantástico. Personas ha habido siempre muchísimas en el mundo, ¿que de repente unas cuantas también quieren tener un alma virtual para compartirla con desconocidos, en Internet? Pues de puta madre, ¿no?
Pero a ver, aterrizando. Que yo empecé esto con un entusiasmo tremendo. Que pensaba yo que con la cantidad de referencias culturales que conocía y la de películas, discos y todo eso que tenía en comparación con el resto de mis amigos, iba a hacer algo interesante, que mi bitácora iba a despuntar como una bitácora fluorescente entre un aluvión de bitácoras monocromas. Pero cuanto uno más lee blogs, más se da cuenta de que es una puta lagrimita en un océano. Así que he pasado por varias etapas: euforia, orgullo, estancamiento, hastío, interacción, sensación de formar parte de algo, sensación de estar haciendo el mayor de los ridículos... Y después de 180 posts estoy mejor que al principio: he conocido virtualmente a un puñado de gente interesante, he leído montones de cosas muy buenas aquí y allá, y he contado unas cuantas cosas que quería contar, alguna de las cuales creo que han estado bastante bien. Sigo sin superar el rollo de los comentarios en cada post, que a veces pienso que me he pegado un curro del tipo entusiasta, que he devorado centenares de páginas y de artículos (es un decir) para escribir algo que tuviera fundamento, y aunque las visitas suben, aquí no deja un comentario para constatarlo ni mi prima ésa que tanto me aprecia. Hay algunas semanas que descubro que en cinco o seis sitios se han hecho eco de una bobada (es otro decir) que he escrito en la oficina, y te sientes como si estuvieras en el sitio indicado en el momento indicado y todo eso. Sin embargo se pasan otras rachas en las que piensas, joder, ¿es que nadie ha leído esto tan cachondón que he puesto?, y da un poco de rabia. Es lo que tiene, pros y contras.
Otras veces en las que me da por tomármelo como un cuadernillo en sucio, en el que escribo lo primero que me viene, como en este momento por ejemplo, y todo me parece correcto, todo está bien. Yo tengo mi huequecillo blogosférico, y nada de lo que diga importa, pero sin embargo a mí me satisface y me importa. Escribo mis insensateces o mis sensateces, y punto. Perfecto todo. Desaparece esa intención de resultar interesante. Simplemente es un desahogo, un desquite o un exorcismo (de esto último ha habido muy poco; quizá sólo aquel texto sobre música, Maristas, Perezas y reencuentros de hace unos meses), y me siento muy bien. Porque siempre lo he hecho, pero antes lo hacía para mí, y de repente lo hago para quien quiera leerlo, y hay a quien le da por, además de leerlo, comentarlo, cosa que se agradece y sienta bastante bien. Así a vuelapluma, me atrevo a afirmar que he escrito 18 post buenos, de un total de 180. Lo que resulta un 10% de posts que pueden gustar. Estoy muy por encima de ese 0% de buenos posts de aquellos que no escriben nada, y con ello me doy con un canto enorme en los dientes. Eso es todo, qué conclusiones más idiotas. Si lo sé no vengo.
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