Desde la semana pasada, mi vida ha cambiado, ligera pero al mismo tiempo sustancialmente: la comunidad de vecinos me ha pintado amablemente y por la patilla las paredes de toda la casa, que ahora está brillante y hermosa, como nueva. Ha sido un fin de semana de orden y limpieza general. Por otro lado, voy a dedicar 15 horas semanales a servir copas en un bar de Lavapiés, y gracias a ello, y añadido esto a mi trabajo simiesco para el señor Emilio Botellín, me voy a montar en el euro. Vuelvo al pluriempleo, pero en una compañía inmejorable. Y mi remuneración mensual se duplica así por arte de magia. Emocionante, esta nueva cuenta atrás hacia el final de mis días.
Perdón. Ya pueden seguir leyendo otros blogs.
Actualización: olvidaba contar que los golpes de suerte, como las desgracias, suelen venir de tres en tres: el día que volvía del bar (recién contratado y con las pupilas en forma de euro), me atropelló un coche que venía desde atrás, en un momento en que invadí la calzada para adelantar a unas señoras lentas como un desfile de cojos. Me golpeó en una mochila que llevaba y en el codo, y me tiró al suelo pero no me pasó nada de nada. Más suerte. Si es que es una racha. Eso era todo.
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