El pianista loco de Tzadik decidió homenajear a Bob Dylan en 2006, a través de ocho de sus canciones menos conocidas interpretadas al piano (Saft), batería (Ben Perowsky) y bajo acústico (Greg Cohen, quién si no). Jazz clásico, poderoso aunque en ocasiones demasiado lounge. Si no fuese por las idas de olla de Perowsky, el funk desatado que aporta Cohen y los momentos de prístina demencia improvisada de Jamie Saft, esto a ratos se quedaría en hilo de ascensor o pista de karaoke; lo siento, pero es que uno es dylanófilo, y las canciones de Dylan sin voz se me quedan un poco muertas. He escuchado un montón de veces este disco, y las piezas suenan tremendas, con ramalazos de free-jazz, pero insisto: me suena demasiado a evoluciones huecas a partir de melodías preestablecidas (algunas bastante flojas, el fuerte de Dylan era el mensaje), y echo de menos las voces. No puedo evitar pensar que el órgano o el piano de Saft como sustituto de la voz quebrada y nasal de Dylan, cojea, se resiente y remite, ineludiblemente, a otros experimentos flojeras (tirando a repugnantes) de bandas como String Quartet Tribute o Dylan for babies. La música de Dylan no sólo me cuesta asimilarla sin mensaje, sino que armónicamente no destaca demasiado (e incluso, en ocasiones, estaba orquestado y sobreproducido de forma mucho más poderosa del petróleo que puede llegar a sacar el trío de jazz más curtido). Todo está pensado y armonizado para ser berreado y declamado por un monótono, limitado, a menudo impedido genio del folk rural.
Sé que son manías. Este disco es espectacular. Pero me falta la voz, está desinflado, herido. Faltan las letras.
Pero sucede que el propio Jamie Saft pensó en esto, y se trajo al disco dos invitados de excepción. Así que olvidarse de todo lo dicho anteriormente: dos de los ocho cortes de este disco están cantados, y convierten al conjunto en una verdadera obra maestra. Para Ballad of a thin man Jamie Saft se trajo nada menos que a Mike Patton, la voz más interesante de la música contemporánea. Mike Patton desgarra a lo largo de ocho minutos la surrealista historia de un misterioso Mr. Jones que recorre un pasillo repleto de freaks de feria, poco menos que gritando "one of us" a los cuatro vientos, haciendo historia con una de las mejores versiones de Bob Dylan que se han grabado jamás, incluso, en mi opinión, superando al original. Y esto son palabras mayores. Con la excusa de la voz de Patton, Saft se olvida de seguir la monótona melodía y se dedica a arropar, laurear de verdad al tema, el bajo lo llena todo de pasión y lujuria, la base rítmica se desmelena y crece, crece hasta la catarsis. Uno de esos cortes que justifican un disco y todo un proyecto.
Y el otro tema cantado es el penúltimo, el más conocido del conjunto, un Living the blues con la cabeza puesta en Las Vegas, interpretado por Antony Hegarthy, Antoñita la de los Johnsons, otra de las voces más características y asombrosas del panorama, aquí prestando su voz atiplada a de crooner glam para redondear un disco que, insisto, sin estos momentos vocales hubiese quedado deslucido y pasado desapercibido, pero que escuchado del tirón se hace imprescindible. Pese a todo lo dicho, una obra maestra del jazz neoyorkino de vanguardia.
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