He tardado mucho en retomar este blog; en retomar cualquiera de mis rutinas, de hecho. Es porque mi vida ha dado un vuelco en las últimas semanas, y anduve muy ocupado: me he casado con una famosa actriz y cantante, me he mudado a un ático junto a Central Park y en general he estado muy liado. Por eso, casi he olvidado el placer que experimenté durante el par de semanas, a comienzo de año, que pasé enfrascado en la lectura de esta colosal obra maestra de Sean Howe, un libro gordísimo, entretenidísimo, brillante, sobre la intrahistoria de Marvel Comics, esa gran pieza de la cultura popular del siglo XX y uno de los motores del entretenimiento colectivo universal.
Ya digo que se me ha pasado un poco el influjo de estar absorto en su lectura, pero con pocas cosas he disfrutado más últimamente que con esto: el via crucis de los genios que crearon a los grandes Superhéroes de Ficción (el odio confeso entre Stan Lee/Jack Kirby/Steve Ditko, sin ir más lejos), el gossip (despidos, peleas, bromazos, mal rollo, sexo, drogas y rock n' roll en las oficinas de Madison Avenue), las mil y una anécdotas que Sean Howe ha ido recopilando durante años, quién sabe cómo, convierten este ensayo en una jugosísima, apretada y sorprendente lectura. La historia de Marvel que se narra en el libro termina más o menos con la aparición en salas de las primeras películas de Spider-Man o la Patrulla-X. Posteriormente, es bien sabido que Disney compró Marvel, y que Marvel Studios es ahora mismo el verdadero gran emporio cinematográfico. Marvel es un gigante al que no hay quien le tosa; pero durante los últimos 60 años, desde que Stan Lee era el tontín de los recados en la oficina, ha pasado de todo, y en el Bullpen acontecieron todo tipo de desgracias, terremotos, crisis y desbarajustes. La gente ajena a los tebeos, y especialmente a los de superhéroes, suele tener una imagen bastante pocha de estos. Que si un subproducto infantil, imperialista, sexista y bobalicón. Quienes hemos amado este género en concreto, y nos hemos aferrado a él fielmente desde críos, además de las historias y los personajes hemos crecido admirando a una serie de tipos solitarios esclavos de la narrativa gráfica, que dieron sus primeros pasos en grises oficinas llenas de goteras trabajando a destajo, sucumbiendo al alcohol y a la mala vida. A algunos fans de Marvel nos fascinan tanto los guaperas cachas y las mujeres explosivas que dan puñetazos en ropa apretada, como el calvario del estereotipado judío emigrado a la Gran Manzana huyendo de los nazis (como tan maravillosamente narraba la importantísima novela de Chabon,
"Las asombrosas aventuras de Kavalier y Klay") que se pone a fantasear con gólems en espándex; o las historias de esos veteranos de Vietnam que volvieron a la ciudad medio chiflados, y empezaron a inventarse personajes lisérgicos, razas alienígenas, argumentos inverosímiles, tras haber visto el horror de la jungla ardiendo de primera mano. Sean Howe nos lleva de la mano por el origen de los Cuatro Fantásticos, Spider-Man y Thor, sí, pero sobre todo se adentra en las alcobas de estos titanes que tantísimas historias nos han susurrado a lo largo de los años, y que han marcado nuestra educación sentimental. Mark Gruenwald, Herb Trimpe, Jim Shooter, Don Heck, Larry Hama, Sol Brodsky, Roy Thomas, Neal Adams, Jim Steranko, Archie Goodwin, Marv Wolfman, Denny O'Neil, Steve Englehart, Chris Claremont, Dave Cockrum, John Byrne... Todos estos señores feos, gordos, barbudos, divorciados e inadaptados forman parte de mi vida en la misma medida que Peter Parker o Steve Rogers. Y alguien tenía que rendir homenaje a su figura y su legado.