A lo tonto, con el paso de los años he juntado 17 libros de Henry Miller (además de los 7 tomos de los
"Diarios" de Anäis Nin, que casi forman parte de la cole), y leí y releí solo algunos retazos, en realidad, desde la adolescencia hasta ahora. Así que durante el tiempo que he tenido sin actualizar el blog una de las cosas que he estado haciendo ha sido leer aquí y allá esta trilogía iniciática y autobiográfica suya, repleta de imágenes fascinantes, mugre y bofetadas al establishment que me resulta siempre tan estimulante. Al contrario que Bukowski o de los alumnos
beat más crudos, acres e insolentes que tomaron su relevo, la prosa poética de Miller es un ejercicio literario de magnitud que siempre he defendido. Especialista en resaltar la elegancia de las heces, los pijos, los retretes públicos o las putas baratas, sus textos rezuman una belleza y un lirismo al que ni se aproximan sus predecesores. Esta lectura compulsiva (y mi rendición y enaltecimiento de la obra que poseo de Miller) me ha asaltado además en mitad de un momento complicado y lleno de incómodos episodios a altas horas de la madrugada, que no me han hecho mucho bien: el repertorio más misántropo, nihilista, pernicioso, apocalíptico, autodestructivo, cínico de Miller me estaba afeando tanto las ideas que he decidido posponer el resto de la lectura cronológica hasta que pase el mal tiempo.