
La tercera película de Almodóvar que veo en mi vida, la que más me ha gustado. Antes del desembarco definitivo en el corazón de España con sus películas para ser abrazadas por todos los públicos, sin aristas y saturadas de sensiblería y drama social épico, nos contó esta historia sobre un triángulo amoroso (sinónimo de "cine español") que comienza negrísima, con una escena de acción policial en la que conocemos a uno de los protagonistas, Liberto Rabal, encarcelado injustamente cuando visita a la prostituta Francesca Neri y el lugar es asaltado por dos policías, Javier Bardem y Sancho Gracia. Se produce un tiroteo, y Bardem queda atado a una silla de ruedas.
Cuando Liberto sale de la cárcel, seis años después, Bardem es un exitoso deportista paralímpico casado con la Neri, y Sancho Gracia sigue siendo un policía corrupto y alcohólico, casado con la misma Ángela Molina que le ponía los cuernos con todo cristo. Liberto se tomará su venganza paso a paso, acercándose, seduciendo y pinchándose a ambas mujeres, desencadenando la tragedia.
La película arranca en 1977, con el nacimiento del bebé Liberto, del vientre de una joven y desgraciada Penélope Cruz en un autobús de la EMT. Tras salir de la cárcel, Liberto acabará viviendo en una casa prefabricada en la Ventilla (cuando la Ventilla era la Ventilla, claro, no ese pulcro ensanche de la Castellana que quieren vendernos ahora). A caballo entre el cine quinqui, el culebrón femenil amoroso (está basada en una novela de Ruth Rendell, ahí es nada) y el drama mainstream, con sus buenos apuntes friquis de ¡Pedrooo! (los tebeos de Spiderman, el cromo de la Pandilla Basura, las camisetas de Taz que parece que promocionaran el film), el drama se va desgranando y la venganza se resuelve correctamente, uno desea que pierda el pobre Bardem, impedido en la silla de ruedas y el caracartón de Liberto se quede con las dos zorras, o al menos con la más joven y guapa, como así sucede, vive dios.
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